“Lo que más me cuesta cuando estudio es ponerme a estudiar”
Es una frase que escuchamos a diario. De entre todos los desafíos con los que debe lidiar el opositor, el impulso de procastinar es sin duda el más duro de todos. Cuando el día comienza parece que las horas sobran, que da tiempo a todo. Por eso nos pasamos la mañana repasando los digitales de prensa, visualizando videos en Youtube del canal Historia y nos descargamos el Podsat de Cuarto Milenio, resistiéndonos al estudio, posponiendo el momento porque la tarde es larga y si así no fuera aún nos quedará la noche y malo será que después de cenar no estemos lo suficientemente inspirados como para retener en una hora la materia a la cual hubiéramos debido dedicarle ocho.
El término Procastinación equivale a postergación o posposición. Es el hábito de retrasar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras situaciones más irrelevantes o agradables. Desde luego esa parte “agradable” de la procastinación sólo rige hasta que nos invade la frustración de no haber cumplido con nuestras responsabilidades y la culpa posterior, con el consiguiente desánimo que hace peligrar nuestra motivación con respecto al proyecto que hemos asumido.
El riesgo reside precisamente ahí, en el efecto negativo que tiene para nuestra motivación postergar las obligaciones en beneficio de algo irrelevante. Porque en el fondo es imposible disfrutar plenamente de algo, por muy ocioso que nos resulte, sabiendo en nuestro fuero interno que deberíamos estar haciendo otra cosa. Y el hecho de no realizar nuestro trabajo diario, de no pagar el peaje del día que nuestro proyecto demanda, en ningún caso revertirá positivamente en nuestro futuro. De nada sirve haberse leído la saga de “Juego de Tronos” o haber completado los tres videojuegos de Dark Souls con todas sus expansiones, si llegado el momento no damos la talla en el examen.
Si escribimos este artículo no es porque creamos que nuestros alumnos son unos inconscientes y abandonan sus responsabilidades a la mínima de cambio. Lo hacemos porque en los momentos de duda que siempre nos invaden cuando preparamos una materia, cualquier obstáculo difícil que debamos superar puede convertirse en algo aparentemente inaccesible y el desánimo subsiguiente hacernos caer en la desidia, en ese “descanso” que siempre nos parece tan tentador como oportuno. Y una vez cerramos los ojos y nos dejamos llevar, pulsando el botón de autoengaño del que siempre sale esa vocecilla que nos susurra al oído “disfruta, que sobra tiempo” ya nos los volveremos a abrir hasta que sea demasiado tarde.
La procastinación se combate poniéndose inmediatamente a la tarea, no dejando opción a esa vocecilla e ignorando el botón de autoengaño. Sed conscientes de que vuestra motivación debe encontrarse siempre en máximos, y ello depende de que seáis capaces de sobreponeros al impulso de aplazar vuestro trabajo cada vez que se presente. Si dedicáis, por ejemplo, diez horas diarias al estudio y comenzáis a estudiar cada día a las ocho, no os detengáis hasta que lo terminéis. Y después si, salid tomar algo, id a dar una vuelta, leed un libro o jugad a un videojuego. Lo haréis desde la tranquilidad que siempre da el deber cumplido, disfrutando plenamente de vuestro ocio sin que una vocecilla interior os esté recordando que sois unos irresponsables. Tened cuidado y estad vigilantes, porque esta es una realidad que ataca a muchos opositores y a la que es muy difícil sobreponerse.
Atacad el estudio con fuerza. Mirada de tigre, como dice la canción de Rocky Balboa. Lo primero es subirse al ring y pelear el combate de cada día. Y si no se gana hoy se ganará mañana. Pero al ring hay que subir y dar la batalla. Eso siempre debe ser así.
Mucho ánimo. Apretad los dientes y trabajad duro. ¡¡Lo vais a conseguir!!.